sábado, 10 de mayo de 2014

La ramificación de otoño.

Cuando yo le decía "Quiéreme un poco más" ella me decía "Espérate un poco más". 
Mala mía, Isabel. Eso de extrañarte tanto que apenas me queda tiempo para ser hombre, eso de los recortes y los arrugues de papel, porque sólo sabía que ya era de noche cuando en mi habitación las letras de las novelas de ochocientas páginas se confundían con las letras negras del olvido que llenaban en escritura versal mis tristes ojos cafés. Qué caray, ¿no? Mira que yo suelo recordar aquella tarde de verano, y tu sombrero que parecía ser parte de la rumba fauna y flora, y tu sonrisa divertida con mi comentario tan diáfano como infantil, y tu pelo cual vela de barco pirata que tan negro era como las velas craneales de éstos. Y tus ojos verdes, con aquella marea de río amazónico, cuánto hubiese dado yo en mi calidad de simple mortal por haberme ahogado en aquellas aguas. 
Y te ibas, pequeña malcriada, y yo caminaba detrás de ti, y el mundo nos seguía de cerca, cuidando cada detalle de nuestras peleas salpicadas de erotismo, dime cuántas veces no acabamos uno dentro del otro porque no habías pasado a recoger mi ropa de la tintorería; ah, qué pinche tintorería, mira que incitar el coraje y la lubricación en una sola tarde no es cosa de suavizante, detergente y planchado por cincuenta pesos; Luego mirabas los puentes con sus autos espaciales y me decías "Qué suerte estar sobre un puente" y yo te preguntaba que a qué te referías y decías "Porque estar en un puente es estar más cerca del cielo". 
Cuando decías que estabas conmigo en aquellas cascadas de ansiedad crónica, cuando me sentía solo en aquellas flamas heladas del malecón y su eterna espera y no veía nada más a mi lúgubre alrededor, nada más que la misma ola rompiéndose una y otra vez en la misma roca, año tras año, década tras década, qué putada. Dime tú, eterna ausente, ¿Cómo lleno yo los vacíos que dejas? Si me dejaste llenar un saco con trece agujeros con semillas de girasol, fetos de la tierra. Otras veces te dabas golpecitos en las piernas, llamándome a convertirlas en almohadas; rastrero yo, pululante yo y dichoso yo, por recostar mi maquinaria de sueños a las faldas de la musa mía de cristal bañado de lluvia. Y entonces ahora quieres que recueste la cabeza en una lápida derrumbada, Raquel dice que eres una hija de puta, yo le digo que tu madre no tiene la culpa. Vieras tú, clavel de nube, mineral de tierra, tornasol de Caribe, cuántas veces no he sentado mi ser en este árbol desde aquel adiós borroso y arcaico, y he visto pasar las estaciones como cortejos fúnebres tapizados de flores de temporada, porque si algo nunca se acaba en este mundo de mierda son las flores, y si algo son las flores... No lo sé aún. 
Así pues, he escrito memorias dispersas, algunas rescatadas a punta de sentimiento y garra del olvido, si tú lo vieras... Si tan sólo lo vieras, y que las pastillas, y que el insomnio y que estás más flaco y que no comes mucho y que sal más seguido y que la hija de la comadre dice que estás guapo, y caminé aquí, hasta este árbol mío que conoce hasta la más pequeña llaga de tu partida, y me puse a mirar cómo atardece, cómo los árboles se mueven como órganos latentes de esta vida absurda, con un cáncer de dos piernas y ego inflado, recuesto la cabeza al tronco, y aquel otoño es entonces más marrón y naranja de lo que nunca antes había sido, y el árbol suelta sus ramas desnudas y avanzan como víboras, levanto la vista y miro cómo vienen hacia mí. ¿Por qué debería huir de un árbol?
Si este ha sido mi confidente por meses, no hay nada más seguro que él, cierro los ojos y estas ramas me envuelven suavemente, suben mi cuerpo, lo aprietan y lo hunden hacia su interior, apenas puedo hacerme una pregunta: "¿Quién es Isabel?" Estoy sanado y más feliz que nunca. Segundos después mi cuerpo se convierte en un puñado de hojas secas que bajan bailando lentamente al pie del árbol sanador y nadie me vio, nadie me vio morir, porque ya estaba muerto y sólo fui purificado por la misma tierra que pisé, por la misma natura que confidente mía fue, y sólo el aire miró sin interés mis hojas secas tocar el pasto al fin, y es que el aire lleva siglos ignorando todo lo que ocurre a su alrededor.

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