viernes, 21 de febrero de 2014

Ya es mañana.

Cuando apagué el cigarro también se apagaron las luces, suspiré y tragué saliva, tantee con la mano para detectar el sofá y cuando mi vista se hubo acostumbrando a la penumbra me deje caer sobre el, podía sentir como la sangre emanaba sin detenerse de mi costado y el aire se iba cada vez más rápido, esbocé una sonrisa apenas mueca y alcé la voz hasta donde pude:

-Ya está, Alba, me estoy desangrando, ven y hazme un puto favor- 

El silencio se vió roto en un par de instante, por unos pasos a penas detectables, eras tú.  

-¿Es tu última voluntad?- preguntaste con ese aire de inocencia que cargaban hasta tus mentadas de madre, podía sentir tu frágil presencia aunque no podía verte,sabía que estabas cerca. 

-Mi última voluntad no es esa, preciosa-  te respondí, y sentí como un charco de sangre se formaba bajo mi trasero y resbalaba por mis piernas. 

-¿Entonces?- cuestionaste.-¿Qué te hace pensar que no te voy a disparar de nuevo?  

Reí. 

-Disparaste cinco veces, y sólo pudiste darme a la sexta porque no me moví, sabía que lo merecía, un revólver sólo posee cinco tiros en la rueda y uno en la cámara- gemí al sentir un frío intenso. -Además, no le harías más daño a un hombre que esta muriendo ya. 

Comenzaste a sollozar. 

-Jamás quise que las cosas fueran así, jamás quise que acabaras así- pude sentir como te acercabas lentamente, sabías lo peligroso que podía ser estar cerca y a pensar de que estaba muriendo aun me temias. 

-Ven, mi amor, acércate- te dije y dejé caer la cabeza en el respaldo del sofá, resbusqué en el bolsillo del saco y extraje de una arrugada cajetilla el último tabaco, con la mano temblando lo lleve a mis labios resecos y de nuevo me deje seguir muriendo sin moverme al sentir que ya no tenía mi una pizca más de energía-. Busca en el bolsillo del saco mi mechero, llévalo a mi boca y enciende el cigarro. 

-Sí ese es tu último deseo... espera- respondiste y entre débiles sollozos buscaste el mechero manchando tus manos del río de sangre que escupía la herida de bala, al encontrarlo tanteaste mi boca, y encendiste el mechero; Gracias a la débil llama nos vimos por última vez, tu rostro se iluminó débilmente pero en esa fracción de segundo pude ver eternidades, nuestras pupilas reflejaron una pena tremenda, exhalé el humo y el cigarro cayó de mi boca. 

-Te amo- susurré. 

-También te amo- dijiste y a penas pudiste retroceder cuando extraje mi revólver de la cintura. 

-También estoy armado, mi amor- dije. Sonreíste débilmente y suspiraste, sólo para decir. 

-Tremendo hijo de puta- 

Descargué el arma justo en tu estómago, guiado por el resplandor de cada disparo y cada impacto me dolió más a mi, que a ti, y me dolió aún más que la herida de bala que ya me mataba, caíste muerta directo al suelo en la oscuridad y me arrastré hacia ti, fui reptando por tu cuerpo, te abracé y quedamos inertes en el suelo, entre aquellos errores y violencia que nos llevaron a ese instante, te abrace con la poca energía que almacenaba y me dispuse a morir mientras por la ventana se detectaba que  la mañana nacía, mientras nosotros moríamos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario